Si alguna vez me enojo, perdóname si te castigo. Es tan solo miedo a perderte. Me enojo porque no tengo la valentía de permitirme ser vulnerable. Me enojo porque me he caído, y duele.
Sostén la palma de mi mano y guíala profundamente hasta el fondo de tu corazón. El enojo no es más que miedo desviado. Si hacés eso, mi dolor se irá.
Y cuando veas que la rutina se apodera de mí, no me dejes terminar los días. Que no pasen sin intentar ser feliz, sin haber crecido un poco, sin haber amado un poco, sin haber soñado un poco... No me dejes andar sin risa, dormir sin sueños ni levantarme sin esperanzas. Una vida sin sueños no merece ser llamada vida, sino muerte.
Y cuanto más alto vuele, en el vuelo de la vida... y mis alas se muevan allí donde se encuentra el cielo... más insignificante pareceré a los ojos de los demás, que caminan por lo bajo. Recuérdame que a eso no se le llama pequeñez; se le llama humildad.
Si alguna vez corro para convertirme en una persona de éxito, dime que vaya con cautela... pero, en cambio, empuja mi paso para que corra cada vez con más prisa y así lograr volverme una persona de valor.
Cuando me cierre en mis asuntos, recuérdame que el amor no se alimenta de pensamientos. La única forma de llegar al corazón es a través del corazón mismo. Cierra mis ojos para que pueda volver a verte. Hagamos de la comunicación un modo de vida. ¿Cuántas relaciones se rompen por palabras que no se escuchan, por gestos que no se tienen, por abrazos que no se dan?
Y si alguna vez el miedo me inunda, y ya no sé para dónde avanzar... conviértete en mi puente y llévame del otro lado. Si estás cerca, tendré el coraje de experimentar el temor de no saber qué. Hondo, bien hondo, en los pozos negros que no animamos a explorar... ahí donde está oscuro y abundan los fantasmas.
Enséñame que no se trata de casualidad, sino destino. Y que no se encuentra, sino lo que se busca. Y no se busca sino el espejo de lo que está en lo más profundo de nuestro corazón.
Habrán veces que sentiremos la relación retroceder algún peldaño. Para ese entonces, recuérdame que, antes de avanzar, al igual que le sucede a una flecha que está a punto de ser lanzada hacia adelante, resulta obligatorio volverse hacia atrás.
Y cuando necesitemos estar solos... Para repasar quién fuimos, para encontrarnos con quién seremos... tengamos la paciencia necesaria para transitar estos encierros. Invitemos a la soledad a nuestras vidas, para que la espera produzca dulces reencuentros, llenos de superación personal.
Si algún día me siento derrotada por el fracaso, enséñame que él será pasajero. Ayúdame a reconstruirme. Haz lo mismo cuando triunfe, porqué cuando piense tener todas las respuestas, Dios me cambiará todas las preguntas.
No dejes que crea que ha sido únicamente mi obra. Dime permanentemente que Dios es el principal socio en cada proyecto que emprendemos. La soberbia se manifiesta en quienes fracasan en tercera persona y triunfan en primera. Recuérdame siempre la majestuosidad de Dios en cada paso de la vida e invítame a valorar la belleza de las cosas simples con las que Él me bendice. Un atardecer, un plato de comida caliente, un abrazo de consuelo, el juego con un niño...
Y cuando lleguen esos días en los que ya no haremos el amor (pero el amor seguirá haciéndonos a nosotros). Cuando llegue esa tristeza hermosa de acabar juntos la vida.
Cuando no reconozcamos nuestros jóvenes rasgos perdidos en el rostro de la vejez, pero memoricemos cada frunce y arruga que se dibuja cuando nuestras manos se toman entre sí.
Y como la fruta que madura y se aleja de su árbol.
Y como un barco que se aparta cada vez más de la orilla hasta perderse.
Y ya no se ve.
Así también continuaremos viaje hasta el fondo del horizonte.
Para perdernos, y reencontrarnos del otro lado del mundo.
Daiana Slipak
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