lunes, 20 de octubre de 2014

Nada puede morir.

“¿Acaso se puede morir?, le preguntó un hombre. 
Y Menjak le contestó: 
Es sabido científicamente que la energía no puede ser destruida. Nada muere en este mundo, sólo se transforma. Una persona fue creada de una aparente nada, vive una vida acotada en tiempo y espacio y luego vuelve a integrarse en esa aparente nada. ¿Dónde estuvo antes de nacer? ¿Dónde va luego de morir?
La muerte y el nacimiento son cambios de estado. De la misma forma en la que nos cuesta imaginarnos dónde estábamos antes de nacer (aunque no dudamos del hecho de que somos alguien), nos cuesta imaginarnos dónde vamos cuando ya no podemos estar en el plano físico. ¿Cómo podemos pensar y sentir tan intensamente? ¿Quién está dentro de estos cuerpos que viven tantas cosas no físicas? ¿Por qué habría de apagarse la mente cuando ya no podamos mover el cuerpo? Si sabemos que la energía no muere… ¡en algún lugar tiene que estar la energía de quienes han partido! ¿Qué a pasado con toda ella? ¿En qué se ha transformado? ¿Sabes por qué generalmente no podemos verlos, escucharlos o sentirlos? El punto es que percibimos el mundo con nuestros sentidos físicos y ellos no logran captar estas nuevas frecuencias. Imagina el mundo como un montón de canales de radio. Nuestras antenas físicas están sintonizadas para captar tan solo una frecuencia de la misma. ¿El hecho de poder captar la FM, y no lograr sintonizar la AM, es motivo suficiente para negar la existencia? Por supuesto que la respuesta es un rotundo “no”. La emisión sigue transmitiéndose, pese a que no podamos escucharla. Del mismo modo ocurre con las personas que se han ido. Ellas han transformado su frecuencia de vibración, pero aún así, si logramos cambiar nuestros propios canales y sintonizar las frecuencias correspondientes, podemos sentirlos y comunicarnos.
Recuerda, dijo Menjak: nada en este mundo puede destruirse verdaderamente”. Daiana Slipak

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